Un pequeño poblado cochambroso a pocos minutos andando de una gran estación de metro, no es un caso único en Hong Kong. Siempre me sorprenden este tipo de lugares en una ciudad en la que existe tanto control sobre el escaso terreno edificable que dispone.
Calles estrechas e irregulares, viviendas de una o dos plantas, algunas de bloque de hormigón y chapa, otras solo de hormigón o piedra. Dentro de la homogeneidad de lo decadente aparecen algunas viviendas que tratan de resaltar sobre las otras, unos arcos, una veranda... El espacio interior es reducido, pero se extiende hacia el exterior mediante cuerdas de tender de lado a lado de la calle, unas sillas de plástico bajo un arbol, un fregadero colocado en el linde de la parcela... Esa apertura de pueblo contrasta con las verjas o almabres de púas que la cercanía de la gran ciudad exige.
Cada vez que penetro en alguno de estos complejos siento que estoy traspasando un lugar que no debería. Estos rincones de la ciudad me hacen pensar en un thriller sobre contrabando, o algo por el estilo, sería el lugar idóneo.
