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Barichara. Colombia

  • Mikel
  • 14 feb 2017
  • 2 Min. de lectura

Lo curioso de esta ventana es que cuando uno más la disfruta es con los ojos cerrados tumbado sobre la cama. Así uno concentra la atención en los sonidos de pájaros y vientos trenzados de ramas. Por la noche este concierto se vuelve más nutrido hasta llegar al orgasmo en la aurora. Existe un pájaro que a esta hora promulga una escandalera que lo llevan a uno a la sonrisa ya que el vecindario es próximo y reconozco que tardé un tiempo en darme cuenta de que era un pájaro y no una fogosa pareja. Cuando el viento viene impulsado por el Chicamocha tintinea un tronco que roza la construcción de muros de tierra con tripas de caña entrelazadas. El relato visual de otras veces se produce desde la cama hacia una espesura de plantas un tanto descontroladas y que ofrecen lienzo vegetal de colores para una mirada tamizada por una maya mosquitera. Se escucha al pájaro barranquero o se ven colibríes del néctar en temperaturas entre calurosas y frescas. Aparecen a ráfagas las radios y mariposas vecinas con ritmos de ballenato cuando no son los perros que a tandas predican por todo el pueblo. También caen acá campanas y truenos. Vienen entonces filas de hojas cargadas por ejércitos incansables de hormigas. Polillas, libélulas, insectos palo y lagartijas de cola azul fosfórea. Dentro solo dejo estar a las arañas que hacen su trabajo con los mosquitos que tanto acosan. Siempre me han gustado las ventanas abiertas y la regulación del tiempo por la luz solar así que nunca presté demasiada atención a las contraventanas de madera y fue por eso que la última vez se me coló una gata enamorada quien me dio tremendo susto en la cama.





 
 
 
 

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